Holi’s soul

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La belleza de los metabolitos

BEGOÑA DEL TESO – Donostia, junio 2020

Penetrar en los misterios de la aromaterapia nos hace retornar a un pasado muy lejano donde se diría que todo era nuevo, muy nuevo. Hasta nuestra alma, nuestros espíritus. La ciencia, la investigación, los descubrimientos. Ninguna nostalgia en esta afirmación. Vivimos un momento increíble de nuestra especie humana. Un momento donde para casi todo, el futuro es hoy. Seguro que Galileo Galilei, Copérnico, el mismo Leonardo, la mismísima Hipatia de Alejandría, (astrónoma, filósofa), Ada Lovelace (matemática…) se habrían emocionado ante la creación del acelerador de partículas, la teoría de la relatividad, la consecución del mapa del genoma humano, la World Wave Web, los drones y el teléfono inteligente.

Pero en aquel lejano pasado todo parecía más fresco, más nuevo, más sutil. Porque lo que hoy no ocupa en estas líneas remonta el cauce de los siglos hasta el principio de los principios. La aromaterapia era historia antigua para cuando aparecieron dos figuras citadas por todos los manuales: René-Maurice Gattefossé, ingeniero químico, perfumista e investigador, y Jean Valnet, el cirujano militar que utilizaría los aceites esenciales en los cuidados paliativos de los soldados malheridos en los combates de la II Guerra Mundial.

Para cuando René y Jean empezaron a investigar los aceites etéreos y sus metabolitos secundarios (compuestos orgánicos producidos por bacterias, hongos o plantas que juegan un papel importante en las defensas de las plantas contra la herbivoría amén de ayudar al organismo que los produce en funciones importantes como la protección, la competencia y las interacciones entre especies), las más antiguas, hermosas, sugerentes civilizaciones llevaban milenios utilizándolos. China, por supuesto. La India. Los emperadores y los pueblos de África.
Cosméticos. Perfumes. Drogas. Rosa de Damasco. Lavanda de Grasse. Azafrán de Kazajistán o de Antibes, mencionado en El Cantar de los Cantares. Mirra de Arabia para embalsamar a los muertos y honrar al Dios-Hombre-Rey.
Drogas. Perfumes. Cosméticos. Incienso. La Reina de Saba y Dioscórides, médico, botánico y farmacólogo de la Antigua Gracia que recorrió todo el mundo por entonces conocido como galeno de los ejércitos de Nerón. En los cinco volúmenes de su De Materia Médica describe 600 plantas medicinales (incluida la mandrágora, siempre rodeada de leyendas espeluznantes), unos 90 minerales y alrededor de 30 sustancias de origen animal. Fue su tratado estudiado en todo el universo, fue libro de cabecera de las más influyentes patricias romanas, traducido a todas las lenguas, admirado por judíos y califas. En Córdoba como en Bagdad.

Y después de Dioscórides llegó Avicena, el médico, filósofo, científico, polímata persa que escribió más de 300 libros, buscó la perfección en y desde la Ciencia, siguió los pasos de Galeno, descubrió que la sangre es bombeada desde el corazón, se equivocó en otras cosas pero sin él, mañana no encontraríamos la vacuna contra la Covid-19.

Y todos se interesaron por los secretos de las plantas y las flores. Soñaron con destilar sus esenciales, Allá donde viajó viajó acompañado de pintores y calígrafos que reproducían dichas plantas y dichas flores. Puso nombre la melocotón y al tulipán y cuentan que también al café.
No, milenios antes de que nosotros sepamos que pocas cosas mejores que cepillarnos los dientes con una pasta hecha a base de aceite esencial de limón. O con un toque de hinojo y mirra, ellas y ellos lo supieron pues se trata desabiduría anterior a la especie humana. Sabiduría viva que respiras cuando festejas en los jardines de la Costa Azul a la rosa de mayo.

Sabiduría casi alquímica

Sabiduría casi alquímica. Porque para extraer esa esencia floral, se vaya a convertir en perfume o en bálsamo, hay que destilarla. Como cuando buscábamos trasmutar los metales, la piedra filosofal o la fuente de la eterna juventud.

Aromaterapia. Tan antigua como el multiverso. Aceite de romero, de mentra, de sándalo, de naranjo. Contra la depresión. Contra los hongos, el insomnio y el dolor. Aceite de geranio. De caléndula. Contra las picaduras, las pesadillas. De bergamota y canela. De anís.
Depurativos. Estimuladores. Relajantes. Para el baño. Para el masaje. Destilados. Volátiles. Etéreos. Tan puros que hay que rebajarlos con agua o tu piel se incendiará (¡recuerda!) a su contacto. Desde antes de Hipatia. Hasta después de nuestro regreso al futuro. Dioscórides. Avicena. Averroes. Ko- Hung, el mago del Imperio Celestial chino… Todos antes que nosotros. Antes de que descubriéramos el bosón de Higgs. Espliego. Almizcle. Ortiga. Antes de que los tengamos tan cerca, en Holi, entre la calle Easo y el Boulevard donostiarra. Junto a los tamarices de Alderdi Eder y La Concha. Curioso, aquí a los tamarices los llamamos ‘tamarindos’. Y de estos, en África, sus hojas se usan contra la insolación. Antes que Dioscórides y después de nosotros todos supieron y sabrán que lo esencial, lo volátil, lo etéreo cuida, protege, resguarda, embellece.

BEGOÑA DEL TESO – Donostia, junio 2020